La carrera del que fuera niño mimado de Hollywood, Mel Gibson, tocó fondo hace cuatro años, tras varios fracasos en taquilla y algún que otro traspiés en lo personal. El actor y director australiano fue noticia por aquellas fechas por insultar a un policía que le había parado por conducir borracho, llamándole judío y maricón, entre otras lindezas. Gibson es homófobo y antisemita, como es bien sabido, pero aquel arranque de ira buscaba provocar al policía para que éste disparara su arma y acabar así con la lamentable existencia del director de Apocalypto y La Pasión de Cristo, entre otras comedias.
Parece ser que Gibson tenía la intención de cometer un “suicidio mediante policía”, una práctica bastante extendida en Estados Unidos entre los (pocos) que no tienen un arma a mano. Estas son las instrucciones para ejecutar un “suicide by cop”, por si quieres acabar tus días de una forma folklórica y original:
1. Ponte delante de un policía y apúntale con una pistola imaginaria o de juguete.
2. El policía te gritará que tires el arma. (Sonará algo así como “¡putdoundegán!”).
3. No depongas tu actitud. Si le ves dudar hazte con un rehén*.
4. El agente se ve obligado a disparar a matar, así que… ¡chim pum!
*Procura que el disparo alcance un órgano vital o acabarás en una silla de ruedas. No intentes esto en Dinamarca o cualquier otro país civilizado, que acabarás hostigado por un equipo de psicólogos y asistentes sociales.
Mel Gibson tuvo suerte de dar con un pasma flojo (ya sabéis: un judío mariquita) pero si llega a dar con un policía de gatillo fácil -como el que él mismo interpretó en Arma Letal, sin ir más lejos- hubiera acabado cadáver, como el 97% de los que lo intentan, según un estudio realizado por elJournal of Forensic Science en 2009. Este fanzine averiguó que más de un tercio de los tiroteos en los que está implicada la policía de EEUU corresponden a la modalidad “suicidio mediante policía”. O sea, que el cuerpo de policía, que teóricamente se dedica a combatir el delito se está convirtiendo progresiva e involuntariamente en el batallón de ejecución de los suicidas americanos. Astonishing!
El “suicidio mediante policía” tiene, además, sustanciales ventajas frente al suicidio en la intimidad. Este último permite que dejes escrita una carta repleta de reproches a familiares y exnovias, pero aquel además deja machacado de por vida a un madero.
Pero aunque el suicidio por policía es un fenómeno genuinamente americano lo cierto es que hunde sus raíces en otros siglos y latitudes. Según me entero en la siempre docta Wikipedia, el precedente más remoto que se conoce procede de una tribu del norte de África durante los estertores del Imperio Romano, en el siglo IV. Los “circumceliones” consideraban el martirio algo sagrado, de modo que se dedicaban a hostigar a las legiones romanas con espadas de madera, para así lograr ser torturados y ejecutados. Solo una tribu con un nombre tan ridículo pudo inventar una costumbre tan estúpida.
Y solo un país tan violento y absurdo como Estados Unidos ha podido convertir en un acto fashion semejante dislate. Sin embargo, el suicidio por mano ajena está presente en muchas otras culturas, según cuentan los criminólogos Mark Lindsay y David Lester en el libro Suicide by cop. Así, en culturas donde el suicidio está mal visto, como la musulmana, el hombre que no quiere vivir más se convierte en un “juramentado” de la “yihad” y sale a matar cristianos hasta que cae en el combate. Aquí tenemos una interpretación revolucionara de los hombres-bomba en Oriente Medio: suicidio disfrazado de martirilogio (y pensión vitalicia para la familia, gentileza de Hammás).
Comportamientos parecidos se dan entre los jívaros y yanomamis del Amazonas, entre los berserk escandinavos y entre los navajos de Norteamérica. Pero mi favorita sin duda es el suicidio malayo, también conocido por síndrome Amok. En él el suicida se lanza a un raid criminal en el que mata a todo el que pilla por delante hasta que acaba abatido, sea por un policía o por el valiente de turno. El síndrome Amok y sus variantes está relatado con precisión de cirujano plástico por Miguel Ibáñez en su imprescindible Pop Control.
Noticia extraída de Yorokobu.