“El infierno son los otros”, dijo Sartre. No sabemos si ese día tuvo que usar el transporte público o tal vez sufría una resaca de órdago, pero así quedó escrito para la posteridad. Claro que sería injusto despacharlo como un simple cascarrabias, dado que era francés y llevaba gafas: se trataba por tanto de un existencialista.
Sea como fuere no le faltaba razón, dado que los otros resultan efectivamente un infierno cuando son eso, otroS. Es decir, un grupo diferente y opuesto al “nosotros”. Porque las personas a menudo nos caen bien, pero los grupos rara vez lo hacen. Por ello cuando al valorar a alguien dejamos que su identidad individual sea absorbida por su identidad grupal, cuando pasa de ser una persona con la que cooperar a representante de una tribu con la que rivalizar… mejor para él que salga huyendo. Es un sesgo cognitivo que nos viene instalado de serie desde la época de las cavernas.
Si no me creéis haced la prueba en vuestras casas. Imaginad a algún amigo o conocido que os caiga bien que viva en otra comunidad autónoma: recordad sus virtudes, sus rarezas, las aficiones que podáis tener en común, los rasgos de su personalidad que más os agraden… es un buen tipo, sí. Y ahora pensad en esa persona única y exclusivamente como un catalán o un madrileño… ¡ahhh, qué asco! En este punto invirtamos el proceso y recordémoslo de nuevo como el individuo que es: sorprendentemente recupera su apariencia humana previa y ya no dan ganas de comenzar un coqueto collar de orejas con las suyas. Podéis hacer este experimento mental cuantas veces queráis y siempre os dará el mismo resultado, es increíble. También vale con gallegos y andaluces, con murcianos no he hecho la prueba.
Pues bien, en esta tarea de humanizar, de poner cara y ojos a los Otros para que pasen a ser nuestros iguales, es curioso cómo la narración cinematográfica tiene una singular fuerza. Tal vez porque en una pantalla no pueden representarse abstracciones como la raza o la patria, pero sí personas que si las pinchas sangran, tal como el malo de la película acostumbra a confirmar con deleite.
Mencionar todas y cada una de las películas con mensaje contra el racismo, la xenofobia, el etnocentrismo y a favor de la fraternidad universal requeriría un artículo que por su tamaño podría resquebrajar los cimientos de internet. Una tarea que excedería las fuerzas de este famélico redactor, que para saciar la sed pasa la lengua por las paredes de su celda y calma la gusa royendo los huesos del último incauto que se dejó entrevistar por esta web. Como aquí estamos para pasar un rato distraído y no tener que volver a ese documento Excel que tienes abierto en otra pestaña dándote mala conciencia, nos limitaremos entonces a un breve recorrido por algunas de ellas. Que por clásicos del cine y admirables en sus pretensiones que resulten tienden a ser en algunos casos bastante malas, la verdad. El racismo es aborrecible por muchas y buenas razones, entre ellas por varias de las películas que ha generado en su contra. Quizá porque lanzar un mensaje tan claro y directo no suele ser señal de respeto por la inteligencia del espectador, conlleva que los aspectos artísticos previsiblemente queden en segundo plano ante la urgencia de evangelizar y finalmente desemboca en que algunas películas sean elevadas a los altares del gran cine por una cuestión de adhesión ideológica. No vayan a tacharle a uno de racista y nazi si empieza a ponerles pegas.
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