Meryl Streep y la dama de hierro


Publicado el sábado 24 diciembre 2011


«Thatcher fue tan odiada como adorada. Eso me fascina de ella»

A Meryl Streep le entusiasma arriesgar. Por eso a los 62 años se enfrenta al papel más controvertido de su carrera: dar vida a la polémica Margaret thatcher. Pero, ¿Cómo ha logrado esta actriz de izquierdas que hasta los diarios conservadores Británicos alaben su actuación? De eso y mucho más hablamos en esta entrevista.

Sentada junto a la chimenea de una `suite´ de hotel en el barrio neoyorquino de Greenwich Village, Meryl Streep saborea, distraída, una taza de té. Es la elegancia personificada. Viste pantalón negro y abrigo morado ajustado con un gran cinturón y luce la melena rubia de toda la vida y unas sencillas gafas de pasta. De su bolso asoma un iPad y un paraguas. Llueve en Manhattan y, probablemente, ha acudido a la cita a pie, porque es vecina de un barrio que sigue siendo refugio de intelectuales. Aunque ya es mediodía, dice que aún está terminando de desayunar, estragos del jet lag. Solo hace unas horas que llegó de Londres, donde acaba de presentar La Dama de Hierro (estreno en España: el 5 de enero). A sus 62 años, este es quizá el papel más controvertido de una carrera inmaculada. Al fin y al cabo la actriz, de izquierdas, tenía que humanizar a Margaret Thatcher, la apisonadora de la clase obrera, la mano ejecutora de la Guerra de las Malvinas, la reina de las privatizaciones, la compañera de baile de Ronald Reagan… Pero su legado político solo es la banda sonora de fondo de una película con afán existencialista de la que Streep habla con parsimonia y desplegando repertorio dramático: suspira, entorna la mirada o suelta una gran carcajada. «Lo más difícil fue estar encorvada ocho horas al día durante tres meses», dice mientras se levanta y adopta la postura maltrecha de la anciana Thatcher. Y de pronto, sin necesidad de maquillaje y vestuario, asistes por un breve instante al método íntimo de la mejor actriz del mundo. Y parece magia.

XLSemanal. Margaret Thatcher es una de las figuras más controvertidas de la historia reciente, pero usted la interpreta con ternura. ¿Cómo logró empatizar con ella?
Meryl Streep.
Es cierto que fue, y sigue siendo, muy odiada por algunos sectores por sus políticas, pero otros la reverenciaban. Esa dualidad fue lo que me fascinó. Quería saber quién era esa persona que resistió todo aquel odio durante décadas. Ahora es una anciana que, por lo que he leído, se apoyó mucho en un marido que la amaba. Me interesaba explorar esa vida y entender al ser humano. Partes de una gran figura como la suya para contar la historia de tu propia vida, la de todos nosotros. En cierta forma es una película sobre la existencia humana.

XL. ¿Recuerda qué pensó cuando fue elegida primera ministra en 1979?
M.S.
Entonces, ella no me interesaba. Yo no simpatizaba con Reagan: representaba el ala conservadora, y yo era de izquierdas. Las fronteras están trazadas y tú no las traspasas. Desde la distancia, Thatcher me parecía de otro mundo, con aquel peinado y aquellos vestidos. La prensa la ridiculizaba. Cuando fue elegida, yo acababa de ser madre y estaba entregada a mi hijo y a mi marido. Eso sí, aunque no tenía nada que ver con mi ideología, pensé que era genial que Inglaterra, ¡Inglaterra!, un país tan conservador, clasista y machista, hubiera elegido a una mujer. Pensé: «Es cuestión de segundos que también tengamos una presidenta en América». Y aquí estamos, 30 años después…

XL. ¿Qué le sorprendió cuando profundizó en su vida?
M.S.
Muchas cosas. Por ejemplo, Thatcher no tenía cocinero. ¡Te garantizo que, si yo fuera primera ministra, tendría uno! Pero a ella le gustaba hacer la cena. Y dormía cuatro horas. ¡No necesitaba más! Tenía una resistencia física extraordinaria. Nunca estaba enferma y no tenía tolerancia alguna por aquellos que lo estaban a menudo.

XL. Esa es la mujer, pero ¿y la política? Siendo usted progresista, ¿cómo hizo para sumergirse en una conservadora radical como ella?
M.S.
Bueno, cuando en Estados Unidos pensamos en conservadores, nos referimos a los conservadores sociales. Pero ella era diferente.

XL. ¿En qué sentido?
M.S.
Para empezar, era partidaria del aborto. Además, nunca quiso desmantelar el sistema sanitario público. En América, como sabes, ese es un anatema para los conservadores. Ningún republicano sería elegido con ese ideario. Además, permitió que el partido conservador, lleno de alumnos de Eton y Oxford, abriera sus puertas a personas que no pertenecían a ese exclusivo círculo social. Entre sus ministros hubo judíos, homosexuales y gente que arrastraba grandes escándalos. Y aunque recibió presiones para echarlos, nunca lo hizo. A ella todo eso le daba igual mientras hicieran su trabajo. ¡Thatcher no sería una conservadora en América!

XL. Así que, contra todo pronóstico, terminó simpatizando con ella…
M.S.
Bueno, digamos que me sorprendió.

XL. Dice que siempre intenta defender a sus personajes. ¿De qué sentía que tenía que defender a Thatcher?
M.S.
[Hace una larga pausa]. Ella no necesita que nadie la defienda. Thatcher escribió su propio lugar en la historia. Lo que me intrigaba era saber cuál fue el peaje que tuvo que pagar. Además, me interesan los ancianos. Yo misma me estoy haciendo mayor… Por eso, me apasionan las historias que se esconden detrás del rostro de una anciana. ¿Cuál es el precio de una vida tan ambiciosa? ¿Se arrepintió de algo? ¿Cómo una persona con una existencia tan polémica se reconcilia con la simplicidad de la muerte? Para ella, dejar que el recuerdo de su marido la abandone es tan dramático como cuando, durante la Guerra de las Malvinas, tuvo que decir: «Hundidlo». [Se refiere al ataque de un submarino británico contra el crucero argentino General Belgrano, que causó 323 muertes el 2 de mayo de 1982]. En su cabeza, ambas decisiones son igual de importantes.

XL. Efectivamente, la película retrata a una anciana que se resiste a despedirse del recuerdo de su marido, fallecido…
M.S.
Sí, repasa tres días en la vida de una mujer mayor en los que intenta empaquetar recuerdos que la están desorientando para poder vivir el instante y dejar atrás el pasado. Siempre recuerdo cuando mi madre recibía una llamada para anunciarle que una de sus amigas había muerto. Solía decir: «Todas se están apeando». Era increíble la tranquilidad con la que se enfrentaba a esa verdad. Estaba triste, pero estaba viva. Y disfrutaba de cada segundo.

XL. Creo que intentó reunirse con Thatcher, pero ella se negó a recibirla. ¿Por qué cree que no quiso conocerla?
M.S.
Es difícil de decir… Sufre demencia y no ve a casi nadie. Su vida, ahora, es un misterio. Pero la vi hablar en una ocasión. Fue en 2002. Mi hija estudiaba en la Universidad Northwestern, de Chicago, y ella fue a dar un discurso ante el sindicato de estudiantes sobre el final de la Guerra Fría y su legado político. Mi hija y yo la escuchamos desde el gallinero. Después de su discurso contestó las preguntas de los estudiantes. No tenía muchos fans entre ellos, pero respondió a cada pregunta con respeto y amabilidad.

XL. ¿No la intimidó encarnar a una persona que está viva y, además, sufre alzhéimer?
M.S.
No creo que debamos estigmatizar la demencia. O, al menos, no deberíamos. Es una dolencia de la edad. Todos pasaremos por eso. Ni yo misma me creo inmune a ella. Mi padre sufrió demencia y, por eso, sentí que podía contar esta historia.

XL. La joven Thatcher le dice a su marido: «No quiero morir limpiando una taza de té». Una frase puramente feminista, ¿no cree?
M.S.
Bueno, creo que esa frase entronca con aquella que las chicas jóvenes repiten tan a menudo: «¡No quiero ser igual que mi madre!». Y luego alcanzan cierta edad y… ¿adivina? En el fondo, lo que no quieren es hacerse mayores. Pero todos envejecemos. Si tenemos esa suerte, claro.

XL. Esta también es una historia de amor. ¿Cómo era la relación entre Thatcher y su marido?
M.S.
Mientras ella mantenía reuniones al más alto nivel, él estaba en el pub bebiendo con sus amigos o jugando al golf. Volvía y le decía: «La gente piensa esto o lo otro». Era como su oído en la calle, y la apoyaba siempre. Ella nunca leía lo que se decía en los periódicos, pero él lo leía absolutamente todo.

XL. ¿Y usted? ¿Lee lo que dice la prensa?
M.S.
Dejé de hacerlo. Al principio, sí lo hacía, pero duele mucho. ¡Hiere tanto tus sentimientos…! Si tienes una `piel´ permeable, esas cosas penetran y sigues pensando en ellas durante meses o años. Así que ¿por qué voy a hacerme eso yo a mí misma?

XL. ¡Pero si solo recibe buenas críticas!
M.S.
¡Quizá debería empezar a leerlas [risas]! No creo que lo que dices sea verdad. En cambio, se escriben tantas cosas sobre tu vida…

XL. La película está plagada de frases antológicas que se le atribuyen a Thatcher. Le propongo reflexionar sobre algunas de ellas. «A los políticos de hoy les preocupan demasiado los sentimientos de los ciudadanos». ¿Está de acuerdo?
M.S.
Creo que se refiere a que los políticos de ahora hablan apelando a la parte emocional de los votantes. No quieren parecer demasiado duros ni crueles. Pero eso no tiene nada que ver con sus verdaderos sentimientos, sino con la semántica de sus discursos.

XL. Ella era muy directa, casi cruel, en sus alocuciones. ¿Echa de menos esa sinceridad entre los políticos? Hay quien le echa eso en cara al propio Obama…
M.S.
Desde luego resulta refrescante cuando un líder dice exactamente lo que piensa y, además, lo lleva a cabo. ¡Así, al menos, conoces a tu enemigo! Y sobre Obama, aunque no pretendo juzgar su trabajo, sí te diré que creo que es un gran presidente. Tiene el trabajo más difícil del mundo. No voy a presumir de saber cómo se debe desempeñar, pero sí tengo la sensación de que antes los políticos podían mostrarse más como eran ellos mismos.

XL. ¿Y qué opina de las líderes políticas conservadoras de su país?
M.S.
Me asusta lo poco cualificadas que están en comparación con alguien como Thatcher…

XL. ¿Cómo fue verse en la piel de una anciana de 80 años?
M.S.
[Suelta una sonora carcajada]. ¡Yo ya me veo vieja todos los días! Lo curioso es que, cuando vuelves a ver una película tuya, te ves más joven cada día. ¡Y el contraste es un shock!

XL. «Puedes rebobinarla, pero no puedes cambiarla», le dice su marido a Thatcher mientras ven un DVD. ¿Reconoce ese sentimiento?
M.S.
¿Y no nos sentimos todos así? ¡Yo me siento así! Hay muchas cosas en mi vida que hubiese hecho de otra manera. Al final, todo se reduce a un puñado de decisiones. ¡Que ni siquiera sabes si eran las acertadas! Tomar conciencia de esa realidad es una fuente de ansiedad constante para mí.

XL. Thatcher sacrificó a su familia por su ambición política. ¿Siente que usted también ha hecho demasiadas concesiones?
M.S.
Todos las hacemos. Al menos, todo el que tiene hijos y, además, trabaja y tiene una vida ambiciosa. Pero una película son cuatro meses y luego puedes descansar. Paradójicamente, este es un negocio muy comprensivo con las madres. Cuando son bebés, te los puedes llevar al rodaje. No es como ser abogado.

XL. Otra frase. «Antes se trataba de hacer cosas; ahora, de intentar ser alguien». ¿Qué le sugiere?
M.S.
Creo que eso tiene que ver con la falta de autenticidad que conlleva estar expuesto las 24 horas del día. Nos están grabando constantemente; incluso antes de nacer, en la posición fetal, nos sacan nuestro primer vídeo. Es como andar por ahí con un espejo en la mano todo el rato. Y los líderes políticos también andan siempre pendientes de sus potenciales votantes.

XL. Da la impresión de que usted ha logrado `hacer´ más que `intentar ser´…
M.S.
Nunca lo había pensado, la verdad. Pero es cierto que en este negocio las chicas jóvenes están obligadas a formar parte de una gran maquinaria de marketing en vez de poder expresar sus propias convicciones. Claro que puedes decir que no piensas ponerte un vestido de tal marca o que no quieres pasear por la alfombra roja, pero entonces serás una actriz en paro. Porque esta otra actriz y la otra y la otra sí lo harán.

XL. «Si quieres que algo se diga, pídeselo a un hombre, pero si quieres que algo se haga, pídeselo a una mujer». Últimamente ha trabajado a las órdenes de muchas mujeres, también en esta película. ¿Ha sacado la misma conclusión que Margaret Thatcher?
M.S.
No se puede generalizar. Muchos directores resuelven el trabajo muy rápidamente. Pero lo que sí es cierto es que las mujeres abren más el círculo, hacen que el trabajo sea más colectivo. No hay tantos celos ni sentimientos de propiedad.

XL. ¿Y alguna vez sintió en sus carnes la discriminación?
M.S.
No en sentido estricto, pero sí sientes que algunas personas piensan que eres un gran dolor de cabeza… Parece que tienes que ser sorda, ciega y tonta. Eso lo vivo cada día.

XL. Ha interpretado a mujeres apasionantes, pero ¿quiénes la inspiran a usted?
M.S.
Mi madre y mi abuela. ¿Por qué? Porque, sencillamente, fueron ellas mismas y nunca tuvieron que reprimir lo que pensaban de las cosas. Y disfrutaron de sus vidas. Yo siempre he aspirado a eso. Trabaja duro, pero diviértete [carcajada].

XL. Se acercan los Oscar y sé que no le gusta todo ese circo…
M.S.
¡No! ¡Me encanta el Oscar! [risas].

XL. Me refiero a las alfombras rojas, las entrevistas… La campaña, en definitiva.
M.S.
Es verdad, no me gusta nada la campaña de los Oscar. Me hace sentir incómoda y me resulta indecorosa. Siento como si la película fuera una cara a la que le han arrancado un ojo. Y todo el mundo dice: «¡Qué ojo más bonito!». Deberías poder mirar todo el rostro, toda la película en su plenitud.

XL. Pues después de 16 nominaciones y dos estatuillas, parece cantado que volverá a competir por otra. ¿Cómo se siente?
M.S.
Soy muy avariciosa… [se ríe a carcajadas].

XL. La última frase: «La vida de uno tiene que trascender». ¿Cómo ha trascendido la suya?
M.S.
He tenido más oportunidades de interpretar papeles interesantes que la mayoría de las actrices. Que te den la oportunidad es el 90 por ciento de este trabajo. Y luego, claro, tú tienes que estar a la altura. Ahí es donde trato de vivir yo, en ese pequeño resquicio. En interpretación, a excepción del teatro, no hay tantos papeles que te dejen verter tus convicciones, a menos que produzcas y escribas tú mismo. Y yo no lo hago.

XL. Y una pregunta existencial para terminar. ¿Qué es lo más importante de su vida en este instante?
M.S.
¡Dormir! [risas]. Lo digo en serio. Me admira la figura de Thatcher porque lograba funcionar sin apenas descansar. Yo no soy así. Necesito retirarme, escuchar música, leer un poco de poesía. Que me dejen en paz. Necesito estar yo «so-li-ta». Además, tengo mucha suerte, porque hay mucho amor en mi vida.

Fuente: XL Semanal

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