Jaume Ripoll es uno de los cofundadores y director editorial de filmin, una empresa de alquiler digital de películas cuyo nombre siempre se escribe con minúscula aunque en realidad sus intenciones con el espectador cinéfilo sean mayúsculas. Las estanterías de su domicilio apilan decenas de libros, películas, cómics y revistas que sirven como prueba de que allí vive un activo devorador de cultura.
Tuviste dos videoclubs y luego decidiste pasarte al futuro, al mundo digital.
Era el presente casi. Yo estaba trabajando en Mallorca en videoclubs que había heredado de mi padre y entonces Juan Carlos Tous me llamó para que me incorporase a Cameo, que era una compañía de DVD. A partir de ahí empezamos a trabajar básicamente cine independiente y de autor porque cuando se creó la compañía no había una distribuidora que se encargase solamente de ese tipo de cine y daba la sensación de que podía quedar diluido en el catálogo de compañías multinacionales que tienen desde Harry Potter a Boyhood, por ejemplo.
Al segundo año de llegar a Cameo empezamos a ver que era necesario pensar en el digital. Ya estaba Napster y todo el problema de la música y estaba claro que al mundo del cine iba a pasarle lo mismo que a la música. Así que empezamos a plantearnos cómo podíamos hacerlo, cómo podíamos dar el salto. ¿Qué pasa? Que no había referentes y empezamos a construir desde cero y en el proceso de crear filmin nos equivocamos muchísimas veces. Había que convencer a los que tenían los derechos para que nos los dejasen, a los usuarios para que los pagasen, ofrecer un vídeo que no se parase, una plataforma que se entendiese… muchas cosas. Y con el paso de los años, con los errores y demás, hemos dado con la tecla.
¿Cuál fue el obstáculo principal a la hora de fundar filmin?
Creo que en el proceso de fundación tuvimos la suerte de que los socios de Cameo son gente del cine: distribuidores, productores y directores de cine, a los que se les unió más gente y todos apoyaron desde el principio una iniciativa como filmin. Es curioso, se dice siempre que la industria del cine ha reaccionado tarde al seísmo que supuso internet y en algunos casos sí es posible que se haya reaccionado tarde, pero en este caso concreto lo hicieron desde el principio. Una vez aceptaron entrar y formar parte de filmin los obstáculos eran esos, tecnológicos, de derechos e incluso el concepto. La idea de ofrecer una tarifa plana, que creo que es el camino para ofrecer contenido, nosotros empezamos a aplicarla en 2010. Fuimos la primera plataforma en España y la segunda en Europa en lanzarla y nos llamaban locos. Sin embargo hoy todos tienen muy claro que ese es el camino, no el único pero sí el principal diría yo.
¿Cómo crees que es el perfil del espectador actual?
Yo creo que como sociedad tenemos que aprender a gestionar la abundancia. A veces somos víctimas de esa especie de síndrome del turista en un gran museo. Tenemos todo tipo de libros, películas, series y cómics pero solo tenemos una vida para poder disfrutarlos y eso nos genera aturdimiento. No tengo muy claro qué ver y voy acumulando pelis una tras otra. Del cinéfilo al cinéfago hay un paso, y es un paso que mucha gente ha dado con la revolución digital.
Diría que estamos ante un espectador en transición que viene del espectador clásico, que tiene muy claro que le gusta la experiencia en la sala de cine y que luego en casa ve un par de cosas; al nuevo espectador, que está mutando y que ve muchos fragmentos de muchas cosas a partir de las cuales construye una especie de puzle de plastilina en su cabeza. En eso, el cine independiente tiene un problema porque ante la abundancia uno tiende hacia la peripecia, hacia el entretenimiento. El cine de autor, el cine que te reta y te propone otro tipo de cosas que no solo sean evasión, tiene mayor dificultad para abrirse paso. Primero porque en casa uno es más impaciente y menos sacrificado con la película, está viendo el móvil y tiene más distracciones y se pregunta: ¿por qué tengo que acabar de ver la peli? El problema es: ¿cómo atraer a este tipo de espectador, que quizás hace unos años veía películas independientes, a un formato como el doméstico? Y ¿cómo hacer que las salas de cine de pequeño formato puedan interesar a la gente que dice: «bueno, yo tengo siete euros y para pagarlos me voy a ver Mad Max y no voy a ver de los Dardenne que me parece una cosa pequeñita»? Este reto aún no está resuelto.
Hemos hablado mucho de la piratería y creo que, siendo un problema, el principal es el desinterés real sobre este tipo de cine frente a la abundancia de contenidos. Tenemos que ver de qué manera podemos recuperar ese interés y si no se puede, habrá que hacer menos películas o serán más baratas porque habrá menos dinero. Nos hemos empeñado en hablar de la piratería y el principal problema es el desinterés del espectador por descubrir nuevos autores, por perderle el miedo a cinematografías que quizás desconozca, y que se disocie ese término de que una peli rumana tiene que ser aburrida o tiene que ser rara. Hay un documental catalán, Sobre la marcha, que es maravilloso y que si lo ve mi madre le va a encantar ¿pero cómo llevo a mi madre a ver ese documental? Esa es la ecuación que buscamos todos los distribuidores y que todavía no hemos resuelto. Tenemos que ver cómo hacerlo, con educación, con tecnología, con mejor marketing, con mejor promoción… Creo que sería importante aumentar la autocrítica y eliminar la autodestrucción para ver de qué manera podemos conseguir corregir estos errores.
Podeis leer el resto de la entrevista a Jaume Ripoll en JotDown.